Un cartel que denuncia la situación de contraste entre la formación y el escaso empleo de la juventud actual. |
Estos días he tenido oportunidad de leer un par de artículos publicados por el Real Instituto Elcano. De ambos era autora Carmen Gonzalez Enríquez y se referían a la tasa de paro juvenil y al fracaso escolar.
Uno de los
objetivos explícitos de este think tank es la mejora de la imagen de la marca
España. Es posible que esa finalidad se filtre en la intencionalidad de los
artículos, dirigidos a desdramatizar y reducir el impacto de la alta posición
que en ambas tasas o índices posee nuestro Estado.
Según el
último News release euro-indicators disponible (nº 50, de 2
de abril de 2013) España ostentaba una alta tasa de desempleo juvenil (55,7%),
sólo superada por Grecia (58,4% en diciembre de 2012), que casi dobla las
medias europeas (23,5% en la UE-27 y el 23,9% en la Eurozona), mientras que
existen países con tasas inferiores al 10% como Alemania (7,7%) y Austria
(8,9%), por ejemplo. Con respecto al fracaso escolar prematuro, entendido como
abandono escolar sin obtención de la titulación mínima, las cifras de España
vuelven a situarse entre las peores, detrás de Malta y Portugal, doblando la
media europea que se sitúa en torno al 12%, mientras existen países como cifras
inferiores al 5% como Polonia o la República Checa. Aquí se debería de señalar
que tras la crisis el índice de abandono escolar ha bajado en España al 25% en
España en 2012, desde cifras cercanas al 30% al comienzo de la crisis.
En los
artículos de Carmen González se pondera que la tasa del desempleo juvenil no es
tan significativa pues ese momento de edad (16-24 años) posee en nuestra
sociedad un fuerte matiz formativo, siendo a su juicio muy pocos los jóvenes
excluidos del sistema educativo y de empleo (los conocidos como ni-nis- ni trabajo, ni estudio) por
debajo del 2%, mientras que los datos de Eurostat sitúan esas situaciones en
torno al 12% para España con cifras muy superiores. En cuanto al fracaso escolar
se afirma, a partir de la disparidad de los resultados en PISA con los del
fracaso escolar en diversos países, que en el nuestro estado existe una mayor
dureza administrativa, una vara de medir más alta en nuestro país que en los
otros.
Sin entrar
en dilucidar estas argumentaciones es oportuno remarcar, en primer lugar, que
se trata de ítems aplicados a escala europea por Eurostat; se aplican índices
con la misma definición en diversos estados lo que permite la comparación entre
ellos. Que el estado Español ocupe una posición tan elevada en ambos ítems,
paro juvenil y fracaso escolar, en comparación con el resto de socios
comunitarios es sin duda significativo y debe tener una explicación más allá de
los propios números o del proceso de confección de esos ítems que es común para
todos. De hecho, aunque Carmen González abogue por la mayor capacidad
explicativa del ratio de desempleo juvenil, calculado sobre todos los jóvenes
de esas edades, España sigue ostentando una de los peores indicadores de Europa,
que dobla las medias Europeas. Que los números se reduzcan a la mitad al pasar
de la tasa al ratio del desempleo juvenil, de 55,7 a 22%, no evita este hecho,
pues la fuerza explicativa de la estadística no reside en el número en sí sino
en que posibilita la comparación en el tiempo y con otros países.
En segundo
lugar, seguro que un fenómeno complejo, posee una explicación compleja, y no
puede ser uni-causal. Por ejemplo, en la alta tasa de desempleo juvenil seguro que
tiene incidencia la mayor temporalidad de los contratos de los jóvenes, pues
los contratos temporales son los primeros que se extinguen en caso de problemas
económicos en la empresa.
En tercer
lugar, es posible sospechar una cierta relación entre esos índices o, si se prefiere entre las características
de la oferta de empleo y el fracaso escolar. De hecho el abandono escolar
temprano está en nuestra opinión vinculada a una fuerte demanda de mano de obra
no excesivamente cualificada de nuestro sistema productivo, uno de cuyos sectores,
la construcción, ahora ha explotado. Durante cierto tiempo, la presión para
continuar en el sistema educativo no era excesiva; un 30% no acababa los
estudios, pues esto no era un obstáculo para encontrar un empleo.
Un refuerzo
de esta relación puede encontrarse en que el fracaso escolar ha descendido en
tiempos de crisis sin modificación normativa ni aumento de la inversión educativa
(más bien ha sido ha sido al revés), simplemente una parte de los desempleados
vuelven al sistema o carecen de alicientes para retirarse tempranamente del mismo
Por último, en
nuestra opinión un abandono escolar más alto puede encontrarse vinculado no
tanto a una mayor dureza administrativa como con la percepción de que los suspensos son un problema del individuo,
del alumno, y no son un problema escolar de toda la comunidad. Si solo es el
alumno quien debe resolver aquello que se visualiza como un problema individual
la tasa de fracaso es mayor que si se vive como un problema de toda la
comunidad educativa. Seguramente, en nuestro país priva esa visión individual
del fracaso educativo que conlleva un mayor abandono escolar
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